Aunque hoy por hoy vemos que el viejo continente influyó en buena parte de la cultura del mundo moderno, distribuyendo su forma de pensar por el mundo, lo cierto es que no siempre fue así. 

Hasta el descubrimiento de América, Europa era un rincón remoto que tenía muy poco que aportar a la civilización. Las culturas asiáticas fueron mucho más poderosas a lo largo de la historia, y otros continentes como África y América eran mucho más ricas en recursos. 

Sin embargo en un inesperado giro de acontecimientos las mareas cambiaron a principios del siglo XV, y los pueblos europeos se alzaron para colonizar buena parte del mundo y transmitir su cultura y su concepto de modernidad. 

 

Curiosidad desenfrenada.

 

Si bien el descubrimiento de América fue un hito importante, lo cierto es que los gérmenes de la conquista ya estaban sembrados en la mentalidad de sus habitantes. 

La hegemonía de Europa no se produjo hasta 300 años después del descubrimiento del nuevo mundo. Mientras España comenzaba a llevar a sus metrópolis barcos infestados de oro, las sociedades asiáticas todavía representaban el ochenta por ciento de la economía mundial. 

Fue entonces cuando el método científico entró en escena: desde Colón hasta Darwin, una mezcla de científicos y colonos armados hasta los dientes se propusieron salir de su frío territorio y dar forma al mundo tal y como lo conocemos hoy. Estas empresas compuestas de eruditos y conquistadores fueron financiadas por la creciente clase social burguesa, así como algunas monarquías.

 

Matrimonio entre ciencia y capitalismo.

 

Aunque tenemos la creencia de que las armas de pólvora fueron determinantes en la hegemonía europea del mundo, apenas hicieron su parte: los mosquetes españoles servían para poco más que asustar a los indígenas americanos con su ruidos estruendosos. Lo que de verdad permitió la colonización de América fue la mentalidad de conquista, mezclada por la aceptación de la ignorancia y la necesidad de descubrir nuevos métodos y mejoras en todos los campos de sus habitantes. Desde armas novedosas hasta medicinas más efectivas para mantener a sus colonos vivos en el nuevo mundo.  

En los siguientes años al descubrimiento del nuevo mundo, Portugal creó un complejo sistema de colonias costeras a los que llamaban Factorías en países que iban desde América y África hasta Japón. 

Siglos más tarde los países septentrionales del viejo continente entraron en escena. James Cook, un avezado marinero inglés llegó hasta Australia y las islas de los alrededores, gracias a que científicos británicos descubrieron la cura para el escorbuto, una enfermedad que mataba a más marineros que las guerras o la piratería. 

Pero más allá de estas relativas ventajas científicas, que no constituyen una gran diferencia frente a los poderosos ejércitos asiáticos y sus sólidas economías, se debe a un modo particular de pensar, que se puede resumir en una sola palabra: ignorancia.

Aunque pueda parecer contradictorio, tanto científicos como conquistadores aceptaron el hecho de que no sabían qué había allá afuera. Literal y metafóricamente. Vencieron la soberbia, que sí mantuvieron los monarcas y emperadores de Asia. Esto les permitió crear los primeros imperios a escala global.

Los emperadores del pasado se limitaban a llevar sus formas de pensar a los lugares que conquistaban. Lo que marcó la diferencia con los europeos fue su sed de conocimiento: querían saber cómo funcionaban las culturas que habían descubierto para mantenerlas subyugadas y crear todo tipo de inventos prácticos. 

El imperio árabe y el mogol llegaron a la India para obtener sus riquezas y ganar nuevos territorios, mientras el imperio británico llevó una mentalidad distinta. A bordo de sus enormes naves no sólo viajaban soldados sino científicos de distintas ramas. Desde botánicos hasta lingüistas y antropólogos, con el fin de conocer todo lo que pudieran del exótico país oriental. 

Sus descubrimientos sobre yacimientos arqueológicos, la fauna local y la forma de pensar de los indios les permitieron dominar con un reducido número de políticos y soldados uno de los países más poblados de la tierra por varias décadas.

  

Mapas vacíos y colonizadores privados.

 

La misma soberbia que los imperios habían tenido hasta ese momento les hacía pensar que ya conocían todo el mundo. Los mapas mostraban sus territorios y los de los vecinos. El resto era el fin del mundo, lleno de monstruos y fábulas. 

Sin embargo, después de la llegada de Colón a América las cosas cambiaron. En los siglos siguientes los cartógrafos del viejo continente comenzaron a elaborar mapas con grandes espacios en blanco y que invitaban a los ambiciosos colonizadores a aventurarse. 

Pero los mapas inexplorados no eran solo para cartógrafos y exploradores: en todas las ramas del conocimiento los científicos europeos tenían enormes lagunas que querían y debían llenar si pretendían conquistar y mantener el control de los vastos territorios que iban descubriendo.

Pero no sólo cambió la ciencia: la economía, con las nuevas rutas comerciales conquistadas también mutó, dejando atrás la obsoleta monarquía y dando paso a un nuevo modelo político. 

Las colonias británicas como la propia India y las del norte de América fueron administradas por empresas privadas que se enfocaban en traer mercancías del nuevo mundo. 

Amsterdam y Londres se convirtieron en metrópolis gracias a los emprendedores privados que se arrojaron al mar, por encima de las propias monarquías. 

La aparición del crédito, que surgió con empresas como la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y su homónima de las Indias Occidentales convirtió a los bancos en los nuevos reyes del mundo.

 

Conclusión.

 

Una mezcla de ignorancia, ambición de conquista y confianza en el futuro a través de los créditos permitió a los habitantes de un frío y pequeño territorio en los confines de la tierra superar a potencias que durante milenios habían ostentado riquezas humanas, militares y culturales muy superiores. 

Todo gracias a un simple “no lo sé”.