A finales del siglo IV d.C. el imperio romano ya era la sombra de su poderío de siglos anteriores, y el poder dominante estaba pasando a su homónimo oriental, el imperio bizantino. 

Hacía mucho tiempo que había dejado de ser un imperio agresivo que conquistaba provincias nuevas, y se limitaba a cuidar sus fronteras de las agresivas tribus bárbaras que lo acechaban desde el norte y el este.

El imperio seguía siendo vasto, por lo que el control de la parte oriental, la bizantina, estaba a manos del coemperador Valente, quien debía cuidar sus fronteras de los ambiciosos godos, una tribu germana provenientes de algún lugar de Europa Central, quienes hacían incursiones cada vez más osadas a Tracia, su provincia más septentrional. 

En el año 376 d.C. una enorme fuerza goda liderada por Fritigerno se apostó en la frontera del Danubio, y pidió permiso al emperador bizantino para establecerse dentro de territorio romano, ya que al parecer los despiadados hunos los estaban asolando, causando estragos en las llanuras europeas. Recordemos que estos hunos, décadas más tarde saquearon al propio imperio romano occiental en su ocaso. 

Valente, que en ese momento se encontraba en el este, en el otro extremo del imperio bizantino, preparando una campaña contra los persas, no tuvo más remedio que dirigirse al Danubio, cuya frontera estaba pobremente defendida en ese momento. 

 

Un visitante no querido.

 

Por tanto, el emperador no tuvo más remedio que dejar pasar a los godos a su territorio “en buenos términos”. Pero, con esta muestra de debilidad por parte del imperio, más tropas godas comenzaron a cruzar la frontera hacia tierras bizantinas con total impunidad. 

No era la primera vez que los godos acechaban las fronteras del imperio romano de oriente, pero esta vez parecía que no había forma de detenerles. 

El gobernador de la región, Lupicino, tuvo que vigilar con sus mermadas tropas a los intrépidos bárbaros, y para apaciguarlos los dirigió a la ciudad de Marcianópolis, donde intentó negociar con Fritigerno, el líder godo, la entrega de sus armas y de algunos rehenes, a cambio de poder estar en sus tierras. 

Pero lejos de conseguir su cometido, los godos se revelaron, y al percibir la debilidad de los lugareños, comenzaron a saquear toda la región a placer. 

Aunque Lupicino reunió a los pocos hombres que pudo, e intentó hacer frente en una batalla a los godos, cerca a Marcianópolis, fue derrotado. 

Tras este hecho, la invasión goda se volvió un asunto de estado, pues los bárbaros, que venían de ser acosados por los hunos desde su tierra, y también estaban en una situación desesperada, siguieron saqueando toda la región de Tracia.

Valente, al ver la gravedad de la situación, pidió ayuda al emperador romano de occidente, Graciano, pero la invasión era grave, por lo que no podía esperar a que llegara la ayuda, y partió con su propio ejército para hacer frente a los godos, marchando con sus fuerzas a los alrededores de la ciudad de Adrianópolis.

 

La batalla de Adrianópolis.

 

El 9 de agosto del 378 d.C. los dos ejércitos se encontraron para librar la batalla de Adrianópolis.  

Los godos, aprovechando que habían llegado antes al lugar, tomaron una posición privilegiada, ubicada en lo alto de una colina, donde levantaron una improvisada empalizada, compuesta por unos 15.000 hombres fornidos y aptos para el combate, defendiendo su posición privilegiada. 

Por otro lado, Valente contaba con unos 20.000 hombres, que a pesar de ser más numerosos, se encontraban exhaustos por atravesar el imperio a marchas forzadas desde su extremo oriental en pleno verano. 

Los godos comenzaron a quemar los prados que había entre ambos ejércitos para obstaculizar el avance enemigo, lo que provocó que las alas de caballería del ejército romano comenzaran a atacar los flancos bárbaros a pesar de su cansancio. 

Esto hizo que poco a poco la batalla diera inicio con clara ventaja para los invasores. 

El ala izquierda de los romanos tuvo exito en su avance, pero no ocurrió así con el ala derecha, que fue rechazada con éxito por parte de la infentaría goda. 

En el centro la batalla parecía estar equilibrada, aunque los godos conservaban la ventaja de la altura. A pesar de esto, la batalla se estancó por varias horas, ya que los romanos de oriente luchaban con ímpetu para defender su territorio de los intrépidos bárbaros. 

Sin embargo, de manera sorpresiva, aparecieron por los flancos dos cargas de caballería de los godos, que presuntamente estarían haciendo rondas de exploración, y cargaron por detrás a los exhaustos romanos para dar el golpe de gracia a la batalla. En cuestión de minutos, las tropas de Valente cayeron como fichas de dominó.

 

Consecuencias.

 

En medio de esta carnicería, el propio Valente y las tropas más selectas del ejército imperio romano de oriente murieron. 

La batalla de Adrianópolis, por tanto, se convirtió en una de las mayores derrotas del imperio romano, al nivel de las de Cannas a manos de Aníbal o la de Teutoburgo en los bosques germanos.

Los godos siguieron saqueando toda la región de Tracia a voluntad, y duraron asentados allí por varios años, hasta que al cabo de un tiempo fueron expulsados por el general Teodosio, con la ayuda del emperador Graciano de la parte occidental del imperio.