Si no has escuchado de la batalla de Poitiers, entonces a continuación verás un resumen que te permitirá comprender qué ocurrió y cómo los francos de la Edad Media lograron detener la expansión del islam en occidente.

En el año de 732 d.C. las fuerzas de los árabes eran imparables en Europa. Después de invadir la totalidad de la península Ibérica, arrebatada a los visigodos, los ambiciosos invasores cruzaron los Pirineos para continuar su imparable avance en el viejo continente. 

El duque Odón de Aquitania, la primera provincia en recibir el ataque de los invasores sarracenos, después de ver sus tierras arrasadas, no tuvo más remedio que dirigirse al norte para pedir ayuda a la mano derecha del rey franco, el mayordomo real Carlos Martel. Este caudillo se había pasado la vida combatiendo a los invasores del este, por lo que era bien consciente de la amenaza, y prestó atención al asustado duque.

 

La defensa de Europa.

 

De inmediato comenzó con los preparativos para hacer frente a los árabes, que hasta ese momento tenían un aura de invencibilidad que aterraba a los europeos. 

Mientras tanto, las fuerzas del caudillo árabe Al Ghafiqi Abderramán, seguían arrasando todo a su paso, convirtiendo los fértiles campos del sur del reino franco en un desierto verde, obteniendo un gran botín y aumentando la codicia de sus tropas. 

El siguiente objetivo del sarraceno era la rica ciudad de Tours, famosa por sus iglesias repletas de tesoros, por lo que no dudaron en continuar su avance hacia el norte, pero cerca de Poitiers se encontraron con una gran fuerza cristiana preparada para hacerles frente.

Las fuerzas invasoras estaban compuestas de caballería ligera y pesada en su mayoría, mientras las francas contaban con infantería pesada con mucha experiencia en combate. 

Carlos Martel ubicó de manera estratégica a sus hombres en una pequeña elevación que estaba protegida por un bosque, de modo que ocultara a los invasores el verdadero número de sus tropas. 

Además, de este modo los ataques de la numerosa caballería enemiga quedaría anulado, evitando la virtual aniquilación de su ejército. 

Sin embargo, Abderramán sabía que no podía simplemente ignorar esta fuerza, y resolvió hacerle frente. Durante varios días, los dos ejércitos se midieron en el valle en el que tendría lugar el conflicto, con pequeñas escaramuzas que posteriormente darían lugar a la contienda. 

El comandante Carlos Martel sabía muy bien que, si quería tener esperanza de ganar la batalla, tendría que encontrar una estratégica posición defensiva, pues era consciente del número y la experiencia de los enemigos en la batalla. 

Abderramán, sin embargo, probablemente también era consciente de lo que su rival pretendía, por lo que era reacio a lanzar el ataque. 

Sin embargo, para el general omeya el tiempo no era su aliado: con cada día de duda que pasaba, el implacable invierno se acercaba, lo que condenaría su invasión. Debía tomar la iniciativa cuanto antes. 

 

El inicio de la batalla.

 

Por tanto, el séptimo día, finalmente sonaron las trompetas de los sarracenos: al fin empezaba la batalla de Poitiers, que definiría el destino de Europa.

Abderramán Al Ghafiqi confiaba en la capacidad de sus experimentados jinetes, por lo que ordenó cargar de pleno contra la infantería franca, que en ese momento seguía acuartelada en la pequeña arboleda rodeada de árboles.

La sólida y experimentada infantería franca, aprovechando la ventaja del terreno, resistió con ferocidad, aguantando las numerosas cargas enemigas una y otra vez. Cabe destacar que esto es un hito por parte de los francos, ya que en la edad media era poco común que fuerzas de infantería pudieran aguantar las cargas de caballería, pero de nuevo, esto es probable que fuera gracias al terreno elevado, que Carlos Martel había ubicado de forma estratégica, y a sus tropas experimentadas y disciplinadas.

Por otro lado, los francos sabían que el destino de su familia, su religión, y todo lo que habían conocido hasta entonces estaba en juego. 

Las propias fuentes musulmanas dejan constancia con asombro de la disciplina de los francos y el ímpetu con el que hicieron frente a sus fuerzas, que parecían un muro de piedra. 

A pesar de esto, la experiencia y el número de los sarracenos les permitió comenzar a penetrar la hasta ahora infranqueable formación de los defensores, pero una segunda línea de infantería europea hacía retroceder a los valientes árabes que se lograron colar.

 

El resultado final.

 

La batalla llegó a un punto muerto, en el que se presentaron incontables bajas en ambos bandos, hasta que el duque Odón (quien había padecido la destrucción de sus hombres por parte de las fuerzas de Abderramán en su provincia) cabalgó con sus reducidas tropas por un flanco del valle, llegando directamente a las líneas de suministro de los musulmanes, lo que hizo que buena parte de sus fuerzas se tuvieran que replegar para proteger su botín y el campamento.

Este hecho tuvo un efecto devastador entre los invasores, que al ver una fuerza extra de los defensores dejar la batalla para atacar directamente su línea de suministros, causó horror en sus filas, y el desorden comenzó a imperar en su hasta ahora ordenada formación de caballería. 

Del otro lado, la moral de la infantería franca aumentó, y comenzaron a perseguir a los desorganizados soldados enemigos. Cientos de árabes fueron presa de los envalentonados francos, que comenzaron a perseguirlos por el valle con sed de venganza. 

El propio Abderramán, que estaba intentando detener la retirada de sus asustados hombres, fue alcanzado por los francos, cayendo en combate. 

Sin embargo, conscientes de que estaban a pie, mientras sus enemigos estaban compuestos de jinetes, decidieron no lanzarse en una persecución sin sentido, y Carlos les ordenó reagruparse. 

Sin embargo, el destino de la batalla de Poitiers estaba sellado con un claro victorioso: el ejército franco. Con este resultado, era imposible que las diezmadas fuerzas de los musulmanes pudieran continuar con sus ambiciosos planes de hacerse con la ciudad de Tours. 

A partir de aquí, Carlos Martel consiguió no solo defender su territorio, sino empujar a los árabes de vuelta al sur de los Pirineos, expulsando para siempre a los invasores asiáticos de sus tierras, y pasando a la historia como el defensor de Europa.